El Rincón del MELÓMANO
Beethoven, las primeras grabaciones
Por: Luis Pérez Santoja | 27 Abril 2020
Ante la sorprendente invención que permitía registrar sonidos y reproducirlos, a cargo en sus orígenes, de Thomas Alva Edison -creador del fonógrafo en 1877, “para captar momentos familiares”, decía Edison- y de Emile Berliner –creador del gramófono en 1887-, surgió el gran producto del disco, que le dio un auge y transformación inusitada a la posibilidad de escuchar, disfrutar y conocer la música. No podemos imaginar cómo hubiera sido la evolución del conocimiento y de la difusión musical en el siglo XX, si a partir, sobre todo, de sus primeras décadas, no hubiera existido este inesperado invento.
Recordemos que hubo primeros experimentos, como el llamado “fonoautógrafo”, que permitía registrar sonidos, pero ¡sin la opción de reproducirlos; bonito chiste!
Con los inventos de Edison (el fonógrafo, que grababa en la superficie de cilindros, primero de cera, después de celuloide, que se desgastaban tras algunas reproducciones) y de Berliner (el gramófono, que ya usaba discos planos, elaborados de caucho, polímeros o de otros materiales, verdaderos abuelos de nuestros discos LP o de vinilo, que giraba sobre un plato mecánico gracias a la cuerda mecánica que le daba el oyente),
Sólo faltaba la aparición de la bendita electricidad y de diversas formas de motores que hicieran girar el plato a la velocidad necesaria para que la invención fuera completa.
Al principio, el sorprendente fenómeno de la grabación fue mediante un procedimiento mecánico: con una vibración metálica se efectuaba y “grababa” un surco en los mencionados cilindros y discos que podían guardar el sonido y reproducirlo con el mismo aparato “grabador” y mediante una aguja similar a la usada para grabar“
Con la llegada de la electricidad el proceso ya fue tecnológico y se logró mejorar y facilitar la grabación y la reproducción. El sonido aún sería primitivo, pero el siglo XX fue testigo del intento de mejorar progresivamente la calidad, la limpieza, la fidelidad y la belleza de la reproducción.
No debe extrañarnos que se dieran entonces las primeras acciones de registrar, no sólo los ruidos propios de un lugar determinado, sino las voces de personalidades ilustres de la época.
Las primeras estrellas del surco.
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.Así se hizo la grabación de la voz del Papa León XIII, cuando la Gramophone & Typewritter Company acudió al Vaticano para registrar la primera voz conservada de un papa, lo cual permitió descubrir y grabar, entre 1902 y 1904, al último verdadero “castrato” -o cantante castrado- ALESSANDRO MORESCHI, último sobreviviente activo de esa atroz y cruel costumbre pseudo-musical, permitida, propiciada y disfrutada, durante 3 siglos, por empresarios, compositores, la aristocracia melómana, las familias de los niños cantantes y hasta por el ámbito eclesiástico
ALESSANDRO MORESCHI, estaba aún al servicio del Vaticano como solista y, a ratos, director del Coro Sixtino; al enterarse, los ingenieros de la mencionada compañía, solicitaron grabarlo, realizando en cilindros de cera al menos 17 obras con Moreschi, como solista y sobresaliendo en el coro. Así se logró preservar esa voz, algo deficiente por la edad, pero tan bella, lánguida y misteriosa, que nos pareciera “salir de ultratumba”; cuando sabemos de quién procede y las circunstancias de su existencia, es imposible no quedar impactados y emocionados al escucharlo por vez primera
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Entre otras curiosidades y primeras joyas sonoras más cercanas, debemos mencionar el valiosísimo acervo de la Fonoteca Nacional, entre los que se puede escuchar grabaciones de Porfirio Díaz, enviando un saludo o “mensaje a la Nación”, o el mensaje de Lázaro Cárdenas con motivo de la expropiación petrolera.
No debe extrañarnos que, por las mismas características de tan novedoso invento, los cantantes e intérpretes de moda, muchos de la música clásica pero también de la música vernácula, quisieran guardar su voz para la posteridad. Y por supuesto, hubo el imperativo económico comercial de las compañías grabadoras y editoras de discos, que fueron apareciendo ante la voz embrujada de su amo.
Estábamos a las puertas de la grabación musical en serio. El maravilloso fenómeno de la interpretación ya nunca más sería efímero, ni se perdería después de ser tocada o cantada una obra musical, una canción, un ritmo de moda; ya se podría repetir la experiencia una y otra vez. ¡Y en la propia casa! ¡Y hasta en el trabajo después!
El primer tocadiscos hacía su entrada triunfal a las casas en 1925.
Regresando al principio, las limitaciones del caso facilitaban el registro de una voz con su acompañante y Enrico Caruso tenía que ser el ilustre pionero de la experiencia: en 1902 graba la canción Germania de Alberto Franchetti, entonces famoso compositor del verismo, y Vesti la giubba, la famosa aria de la ópera Payasos, que entonces vendería más de un millón de piezas y, en 1904, su autor, Ruggero Leoncavallo le compone a Caruso la primera canción escrita especialmente para ser grabada, Mattinata.
En el contexto de la música clásica, que ocupa nuestra atención, también predominaban las grabaciones para un instrumento como el piano: Josef Hofmann, precursor de precursores, niño prodigio sin par, a quien en 1888, con menos de 12 años, Thomas Edison tuvo que sentar en sus rodillas para que tocara ante una “grabadora de cilindro”, posteriormente, en 1903, legó para el cono mágico la Marcha militar núm. 1 de Franz Schubert, la primera de muchas decenas de obras para piano que grabó Hoffmann el primer gran virtuoso del disco.
Beethoven; Por primera vez.
Y como se trata de nuestro admirado Ludwig van, a reserva de posibles hallazgos recientes, todo indica que la primera grabación de una obra de Beethoven pudo ser la que ¡en septiembre 1889! realizaron de la Romanza en fa mayor para violín y piano, Opus 50, “Herr Krahmer y Herr Schmalfuss”, como reza la etiqueta, sin más identificación factible. Por supuesto, con el sonido inevitablemente desastroso que podía permitirse el aún primitivo sistema.
Pero para “documentar nuestra tristeza”, ya en ese mismo año de 1889, el gran compositor JEAN SIBELIUS, quien también había sido un excelente violinista, tocaba la misma Romanza con la Orquesta Académica de la Universidad de Helsinki pero, ¡Oh!, es sólo una ilusión pensar que en ese momento se hubiera podido hacer una grabación de la misma, ¡una joya de aún mayor valor por razones evidentes! ¡Jean Sibelius como intérprete de la primera grabación de una obra de Beethoven!
Las primerísimas grabaciones de sinfonías de Beethoven.
Como en este espacio nuestro objetivo primordial es Beethoven y sus sinfonías, veamos qué sucedía con ellas
Habitualmente se ha considerado que la primera grabación completa de una sinfonía de Beethoven fue la Quinta Sinfonía con la Filarmónica de Berlín dirigida por ARTUR NIKISCH, en 1913. Por cierto, por si se extrañan del Artur y no Arthur, usamos la escritura original húngara del nombre y no la anglo-germana comercializada después.
Curiosamente, y por si le toca verlo: existe un “fakevideo” -para entrarle a la moda del término- en el que se ve a Nikisch “dirigiendo” alguna obra frente a la cámara, mientras lo que se escucha es el audio sobrepuesto de su propia grabación de la Sinfonía; también este video ha circulado en una edición más afortunada, sin sonido; sólo para apreciar la técnica de dirección y jugar a adivinar qué dirigía cuando fue filmado; ¿una rapsodia húngara de Liszt.
Sin embargo, en tiempos recientes se encontraron grabaciones aun anteriores, que son las que ahora poseen el “título” de ser realmente el primer registro fonográfico. Inicialmente correspondió el mérito a una versión de la Sinfonía Pastoral realizada entre noviembre y diciembre de 1911 por la orquesta denominada Grosses Odeon-Streich-Orchester que habría dirigido EDUARD KÜNNEKE, entonces un compositor alemán de operetas, bastante conocido para los seguidores del género (aunque alguna fuente le atribuye la dirección a un Friedrich Kark).
Sin embargo, poco le duró la corona a esa obra, pero para logro del propio EDUARD KÜNNEKE fue él mismo quien habría realizado tres meses antes y con la misma orquesta, la verdadera primera grabación de la Quinta Sinfonía.
Al decir “habría” es una referencia a la carencia del nombre del director sobre la etiqueta de los primeros discos que circularon, los cuales fueron editados y comercializados en 1913, lo que también propició la duda sobre el verdadero director de estas versiones y también explica la creencia inicial de que la Quinta Sinfonía dirigida por ARTUR NIKISCH “habría” sido la primera en grabarse, aunque fuera tomada de una interpretación en concierto.
Respecto a la emblemática Novena Sinfonía de Beethoven, hoy ya podemos saber con casi total certeza que el primer registro de la misma editado en discos -grabada, como las obras mencionadas anteriormente, durante la interpretación en conciertos- estuvo a cargo de un director que hoy nos puede resultar desconocido a muchos, BRUNO SEIDLER-WINKLER, al frente de la entonces llamada Neues Symphonie-Orchester (Nueva Orquesta Sinfónica), solistas sin identificar que no hemos podido rastrear aún, y con el Coro de la Berliner Staatskapelle. El acontecimiento ocurrió en 1923 y fue prensada en discos del sello que creó la leyenda “La voz de su amo”, HMV (His Master’s Voice o como presume la etiqueta de estos discos, Die Stimme seines Herrn, pues es una grabación alemana).
Por supuesto, el sonido en esta y en las otras grabaciones mencionadas, no son para los “oídos digitales” que hemos desarrollado en tiempos modernos. Debemos acostumbrarnos a escucharlos con una actitud diferente, buscando detrás del ruido de superficie y del sonido deficiente, la belleza de la música y el concepto de la interpretación. Así sucedería con el sonido de los discos por los siguientes 30 años. Cuando menos.
Sin embargo, la verdadera primera grabación de la Novena Sinfonía, si la asumimos como aquella preparada para ser grabada y realizada en un estudio o en un espacio convertido en estudio de grabación (como ya se dijo, las obras mencionadas antes fueron grabadas durante conciertos) fue la que, también en 1923, dirigió el afamado director inglés ALBERT COATES, famoso por sus interpretaciones wagnerianas en la Royal Opera House del Covent Garden y en la Opera Imperial Rusa, hoy Ópera Mariinski, de la que fue su director artístico, también fue compositor, autor de 7 óperas y muchas obras orquestales. Valga para el anecdotario que esa trascendental versión fue interpretada por una orquesta de 39 o 40 músicos y un coro de ¡8 cantantes!, lo cual apenas se advierte debido a la intensa interpretación de todos los involucrados y a la inevitable deficiencia de sonido.
Sin embargo, si logramos penetrar el enramado de ruido o de escasa fidelidad, nos sorprenderíamos de descubrir las cualidades de la versión de Coates; por ejemplo, la magia con que aparece el prodigioso místico primer acorde de la Novena Sinfonía; asimismo, la intensidad electrizante que logra en el Scherzo intermedio, a pesar de su tempo lento. Efecto de Coates o de la grabación, ya lo quisieran suyas varias versiones de directores sin inspiración, confiados en que el trabajo lo harán una orquesta magnífica y el esplendor del sonido moderno.
Como resultaba lógico en un principio y debido a las características aún limitadas de las posibilidades de grabación y, aún más, de las posibilidades de reproducción sonora, en esos tiempos pioneros se pensaba en grabar sólo alguna sinfonía, incluso sólo algún movimiento. Estaban lejos los futuros ciclos sinfónicos integrales.
Desde entonces comenzó el creciente caudal de grabaciones de sinfonías beethovenianas, casi siempre con orquestas germanas y alguna inglesa o de E.U. apenas interrumpido por el acontecer de la Primera Guerra Mundial. En el periodo entre las dos guerras, durante un interregno de paz, de “olvido”, y de celos belicosos, es importante reconocer el empuje que fueron teniendo nuevamente los directores germanos y unos pocos británicos, con la notoria excepción del italiano ARTURO TOSCANINI.
Con el auge de las grabaciones, escaso si lo comparamos con la prolífica producción de unas décadas después, fue surgiendo la figura del director como propiciador de un concepto personal para la interpretación de las obras. Desde esos primitivos tiempos ya pesaba el nombre de aquel que llegaría a ser verdadera estrella de la música que podría equipararse con las figuras del también incipiente cinematógrafo, aunque en el caso de las grabaciones, había una razón muy justificada: la de ser difusores de una expresión cultural. Fue una simbiosis paralela de preferencias musicales impulsadas por la naciente industria discográfica, semejante a la que sucedía con los cantantes operísticos y solistas, especialmente del violín y el piano.
Después de esta etapa inicial del disco beethoveniano, veremos en un siguiente texto el surgimiento de los directores que, premeditadamente o no, se convirtieron en “especialistas” en el gran compositor de Bonn. Asimismo, haremos una revisión sobre cuáles han sido consideradas las grabaciones más importantes con su música.
Y aunque sería ideal cubrir todos los géneros que abordó nos enfocaremos más en la música sinfónica, considerando la programación de la Temporada Beethoven prevista por la OFUNAM (por ahora, pospuesta ante la pandemia del COVID-19), para celebrar los 250 años de su natalicio.
OTRAS TRIVIAS ANECDÓTICAS:
Y para el anecdotario, concluyamos este texto con unos datos curiosos:
¿Saben ustedes cuál fue la primera obra de Beethoven que interpretó la OFUNAM?
¿Cuál la primera sinfonía del compositor que tocó?
¿Cuándo hizo LA OFUNAM su primer Ciclo de las Nueve Sinfonías?
Como este tema será motivo de próximos textos, sólo adelantemos para que no comamos ansias, que la primera obra tocada por la Orquesta Popular del Departamento de Acción Social, (llamada así un corto tiempo al ser formada en 1936 y a punto de ser bautizada como Orquesta Sinfónica de la Universidad, hasta su transformación en Orquesta Filarmónica de la UNAM -OFUNAM- fue la…
Obertura de Egmont.
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